El acto del viernes pasado para pedir justicia por las víctimas de la tragedia evitable de Once tuvo como principal consigna “la corrupción mata”. Es inevitable que cuando suceden masacres de tan tremenda magnitud se pongan de manifiesto los efectos directos de la corrupción.
En el caso de Once el gobierno intentó dar una explicación histórica del desmantelamiento de los trenes, que a esta altura parece ridícula después de que el Estado en la era kirchnerista haya “invertido” alrededor de 37 mil millones de pesos en subsidios para llenar los bolsillos de sindicalistas, empresarios y funcionarios, vaciando la vida de 51 personas.
En el caso de Once nuevamente trasciende las fronteras del dolor, donde un acto que debió haber sido para conmemorar a los que ya no están, se tuvo que convertir en un reclamo de lo mínimo que puede pedir una sociedad: justicia.
Sin justicia no vamos a poder avanzar, porque más allá de que la tragedia de Once (o la de Cromañón) conmueva a la sociedad y pongan a luz los efectos de la corrupción, nosotros como ciudadanos debemos entender la gravedad del caso y que la corrupción mata todos los días de formas menos visibles. Mata, cuando por corrupción: faltan insumos y muere un ciudadano en la cama de un hospital, cuando un niño muere de hambre en algún barrio marginal, mueren de frió los que viven en la calle por no tener un lugar, mueren viajando en colectivos sin control o en una zona liberada por la fuerza policial. De modo que si partimos de la premisa que el Estado es quien debe garantizar un piso o punto de partida de igualdad entre los ciudadanos, cuando se le roba al Estado se le esta robando a quien más lo necesita, porque a diferencia de los sectores de mayores recursos, la única posibilidad de ellos es el amparo del Estado.
La tragedia de Once debe ser un punto de inflexión para que se pueda creer en la Justicia en Argentina. Que los ciudadanos puedan ver de una vez por todas que “los que las hacen las pagan” sin importar, si el culpable es un poderoso empresario o un alto funcionario de gobierno.
El gobierno no puede mirar para otro lado porque es el principal responsable, debe hacerse cargo y realmente ponerse a disposición de la justicia. Si no vemos a los responsables tras las rejas, la corrupción seguirá matando en silencio todos los días de la mano de la impunidad, sólo hará ruido cuando estalle un tren o se incinere otro Cromañón.